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Un motor de puro amor

¡Hola chiquillas! La semana pasada les conté la historia de superación y de poder femenino de Mariana Martínez, y si no se la han leído o escuchado les dejo el link por acá, https://bit.ly/3ayKjd8 , pero esta semana quiero contarles la historia de otra mujer fuerte y valiente que a pesar de que no todo sea color de rosa en su vida, tiene un ánimo y una alegría al hablar, que ya quisiera yo, tener esa fuerza interior para enfrentar la vida.


Hace unas semanas cuando hablé con ella por teléfono, al terminar la llamada, me fui a conversar con mi esposo para contarle semejante historia, al igual como lo había hecho con la historia de Mariana, y debo aceptar que después de hablar con estas dos mujeres, me sentí chiquitica y como muy pendeja o débil pa’ enfrentarme a la vida.


Sin ánimos de ofenderme a mí misma, sentí que este par de mujeres son guerreras vikingas que se enfrentan a lo que venga con garra y actitud, y yo muchas veces me quejo o me siento mal por cualquier cosita que me pasa, pero bueno, para eso es este blog, para que aprendamos unas de otras y yo soy la primera en tomar la lección.


La mujer de hoy es Ingrid Otárola, la verdad no sé cuántos años tiene, pero es una mujer joven, está casada y es madre de dos hijos.


Ingrid me contaba que cuando ella iba a nacer, el papá quería que fuera un varón, entonces desde que ella estaba en la panza de la mamá, siempre le hablaba de herramientas, carros, y de todas esas cosas que a los hombres les gustan, como llenarse de barro, de aceite y manejar todo lo que se les ponga enfrente. Ya les digo yo, que en ese tiempo nuestras mamás nunca se hicieron un ultrasonido y por eso era imposible saber el sexo del bebé.


Pero bueno, cuando nació Ingrid y el papá la alzó por primera vez, aunque no fuera un varón, se enamoró de ella y se propuso a que el género no limitara sus sueños y le enseñó todo lo que él sabía y quería para sus hijos.


Por eso en el barrio Ingrid fue la primer niña en aprender a patinar, a manejar bicicleta sin rodines, a los 14 años ya manejaba moto y a los 16 manejaba carro. Y como la más valiente a esa edad se fue a trabajar como taxi pirata, haciendo colectivos en la parada de la León XII, obvio dice que la mamá no quería y tenía mucho miedo, pero al final encomendada a Dios, confiando en sus habilidades y poder interior, se mandó valiente, a ese que fue su primer trabajo.

Ingrid y su papá Don Victor

Don Víctor Hugo Otárola Corrales , el papá de Ingrid, queriendo enseñarle a su hija todo cuanto él sabía, también la subió al asiento del chofer de un camión de carga, y aunque en ese entonces ella era una niña y no llegaba los pies, un poquito más alta aprendió a manejar hasta vagoneta.


Para Ingrid, Don Víctor, siempre fue el motor de su vida, siempre fue ese hombre importante, al que las niñas idealizamos y admiramos, fue el hombre que la impulsó, la animó, la chineó y la apoyo a hacer de todo. Él siempre le puso nuevos retos pero en el camino la ayudaba y la guiaba para alcanzarlos.


Tanto así que Don Víctor le regaló a su hija la concesión de un taxi y por 14 años Ingrid manejando de arriba para abajo, siendo taxista, sacó a su familia y su vida adelante.


Como les dije antes, Ingrid es madre de 2 hijos, su hijo mayor tiene 17 años y su hija menor va para 12. Sin embargo el niño tiene una condición especial que dentro de muchas otras cosas, lo hace tener un comportamiento un poquito más agresivo y que a lo largo del tiempo, ha necesitado mayor atención médica y familiar.


Ingrid y su hermosa familia

Por lo que el trabajo de taxista le permitía a Ingrid, tener mayor flexibilidad de tiempo para acudir constantemente a citas médicas de su hijo, recoger medicamentos y asistir a terapias. Y en todo este proceso, su padre siempre estuvo ahí apoyándola, cuidando los nietos e incluso relevándola en el taxi para que ella pudiera ir al Hospital de Niños.


Sin embargo ya hace algunos años cuando Uber llegó al país, los ingresos bajaron considerablemente y el dinero ganado por día de trabajo, ya no era el mismo, por lo que Ingrid decidió vender el taxi, la concesión y dedicarse a estar un tiempo con su familia.


Pero como mujer trabajadora y empunchada, no pasó mucho tiempo sin que se pusiera a buscar trabajo, y como lo que le gusta son los motores y los carros, en lugar de buscar trabajo limpiando o cocinando, se fue a buscar empleo en la compañía de buses Autotransportes ATD, y ahí la contrataron como Cheque.


Sin embargo al poco tiempo de haber empezado este nuevo trabajo, Don Víctor, el padre de Ingrid, falleció, dejando en su hija y en su familia un vacío irremplazable. Pero aún en su muerte, como el ave fénix resurgiendo de las cenizas, logró seguir impulsando la vida de su hija y despertó de nuevo en ella esas ganas de volver a manejar.


Y como una promesa cumplida, ella decidió convertirse en chofer de bus, en honor a él, ya que Don Víctor también había trabajado como chofer.



Trabajando en una línea de buses que además tiene su propia escuela de choferes, la transición no fue difícil, ya conocía a todos los compañeros, nunca ha recibido un comentario machista o feo y en su lugar solo ha recibido cariño y respeto por parte de todos los trabajadores de la empresa.


En especial por Don Francisco Fallas, este personaje que me encantaría conocer, porque como instructor y maestro de la escuela de choferes de Autotransportes ATD, ha sido todo un caballero con las mujeres que llegan a su clase, animándolas y empoderándolas para conducir estas máquinas con ruedas que estamos acostumbradas a ver y algunas veces hasta despreciar, pero que nos llevan y nos traen a todos por un precio cómodo, nos cubren de la lluvia, nos transportan a nuestro destino pero aún más importante, son la vida y el sustento de otra persona y de una familia entera.


Para Ingrid manejar bus fue pan comido, porque ya estaba acostumbrada a manejar transporte pesado, aún así siempre fue respetuosa y seguía todas las indicaciones de su instructor.


Y como en todo trabajo, hay gente fea y gente linda, hay personas a las que si les molesta que ella, como mujer sea la chofer del bus, pero en cambio hay otras personas a las que les gusta tanto viajar con ella, que le regalan chocolates, frutas, refrescos y puras cosas ricas. Sin embargo Ingrid me contó que un día un señor discapacitado en silla de ruedas, la golpeó en la cabeza molesto, mientras ella acomodaba la rampa para que él pudiera acceder al bus. Pura falta de respeto por parte de este señor, pero bueno…


Al igual que Mariana, ambas son mujeres normales con una vida llena de cosas, retos diarios y además un trabajo exigente. Y lo más complicado ha sido la jornada de trabajo, ya que trabajan muchas horas y en el caso de Ingrid, acudir a las citas médicas de su hijo se hace un poquito más complicado por la flexibilidad de horario.


Complicado, pero no imposible, Ingrid me contaba que en un día de trabajo normal, empieza a trabajar a las 3:50 de la mañana (sí, en la madrugada) y cuando llega temprano a su casa, mas o menos va llegando como a las 10 de la noche, eso cuando entra temprano. Porque si le toca entrar tarde, empieza la jornada a las 5 de la mañana y la última carrera del bus es casi a la 1 de la mañana.


Con solo escuchar esto yo morí de cansancio, sin embargo, este par de mujeres que a todo se le miden, rapidito se acostumbraron y no le dicen que no al trabajo duro.


En este momento de la vida, Ingrid es el único sustento de su casa y de su familia, hace unos meses su esposo, que es trailero, sufrió un accidente súper grave en el pie y no puede trabajar, y al no estar asegurado no recibe ningún ingreso por incapacidad. La mamá de Ingrid, Doña Nuria Angulo, que también ha sido un pilar fundamental en la vida de su hija, renunció a su trabajo y cambió de casa, para ayudar a cuidar a sus nietos y que así Ingrid pueda ir a trabajar.


Ingrid y su mamá, Doña Nuria Angulo

Ingrid Otárola, se siente orgullosa de ella misma, de la mujer valiente que es, cree en la fuerza de voluntad, cree que ella, que fue capaz de parir y dar vida, es capaz de hacer cualquier cosa que se proponga, cree en el valor de la familia, en el amor y en la lealtad.


Ella, que a crecido en medio de motores, es un motor con todos los caballos de fuerza que existen, que no se deja vencer ante las dificultades, que sigue adelante siempre con una sonrisa y una alegría que se le nota al hablar.


Mujeres reales como Ingrid y Mariana, para mí se han convertido en ejemplos de personas valientes que tienen la capacidad de hacerle frente a las adversidades de la vida, personas que transforman el dolor en fuerza motora para superarse y salir adelante fortalecidas. Ambas son mujeres que han entendido que son dueñas de su propio destino y de su propia felicidad.


Y como decimos en Costa Rica “me quito el sombrero” ante estas mujeres, que solo me inspiran valor, admiración, respeto y fuerza .


Gracias Ingrid por contarme esta historia, gracias a Don Víctor y Doña Nuria por criar una mujer tan increíblemente valiente, gracias a su esposo y a su familia, que a pesar de los momentos difíciles que puedan estar pasando, estoy segura de que ellos son la gasolina que este motor de puro amor y energía, que se llama Ingrid Otárola, necesita todos los días para avanzar.


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Gracias por leerme y nos hablamos pronto.


Chaoooo

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