Hace algunos días me desaparecí por una semana, tal vez nadie lo notó, pero a mí me dio un respiro.
Y no me fui a ninguna parte, estuve en mi casa y todos los días fui a trabajar, pero durante esos días evité entrar a las redes sociales y desintoxicarme de ellas.
Procuré no ver noticias en Twitter, no ver cuantos likes tenían mis publicaciones en Instagram, no subí, ni grabé ningún video para las historias, ni siquiera revisé las interacciones de mi página web, ni publiqué un blog.
Y fue difícil lo acepto, cada vez que mi dedo se dirigía con vida propia a abrir la aplicación de Instagram, recuperaba la consciencia y lograba desviarlo a otra cosa, o simplemente cerraba mi celular.
Incluso en muchas ocasiones puse la cámara para hacer un video o tomar una foto y eso también traté de evitarlo, para luego no tener la tentación de subirlo.
Sí, puede sonar tonto, pero soy adicta a mi celular, soy adicta a las redes sociales y seguramente también soy adicta a los likes, las vistas y los follow.
Y es increíble como hace pocos años, tener una adicción a las redes sociales o al teléfono en sí, era impensable, sin embargo hoy día es una realidad que muchos por no decir casi todas las personas en el mundo, padecemos.
Una enfermedad, un virus, algo que nos haga daño, al 100% no lo es, sin embargo los profesionales de la salud física y mental ya han identificado diferentes condiciones o comportamientos que afectan al ser humano producto de su exposición a las redes, al internet y al uso del celular.
Pero dejando fuera todos los malestares físicos que podemos tener por estar expuestos a nuestros celulares, tablets o computadoras, el daño social que nos hacemos nosotros mismos, es, desde mi punto de vista, el más grave de todos.
Durante una semana decidí desintoxicarme de tanta información, de tanto covid, de tantas noticias malas, de las noticias tristes, de políticas ridículas o de nuevos impuestos que lo único que hacen es desanimar mi espíritu emprendedor. Decidí dejar de sentirme mal, frustrada y hasta fracasada en las cosas que hago.
Decidí recordarme a mí misma que las redes sociales son solo lugares en internet donde todos decidimos compartir las cosas más lindas que nos pasan, los triunfos o la vida “perfecta” que tenemos, pero que no son el 100% de nuestra realidad, o todos los momentos de la vida.
Los adolescentes de seguro luchan con lo complicado que ya de por sí tiene sobrevivir esa etapa, más sus nuevas inseguridades físicas con filtros de belleza irreales y su popularidad ya no es solo una cosa de las aulas, que se acaba al salir de clases, ahora esa presión social los persigue hasta cuando se llevan el celular al baño y se ponen a ver el Instagram o Tik Tok de sus compañeros.
Mientras los adultos, nos comparamos unos a otros midiendo el éxito en cosas materiales, comidas en restaurantes elegantes o en viajes alrededor del mundo, olvidando que la felicidad no la compra el dinero y aunque ayuda mucho, no lo es todo en la vida.
El internet y las redes sociales llegaron para quedarse y seguir evolucionando, no son malas, nos dan muchas risas y nos conectan con personas lejanas, pero si no sabemos controlarnos a nosotros mismos e identificar los momentos en los que necesitamos desconectarnos para vivir la vida real, nos vamos a perder lo más importante de nuestras vidas, por estar viendo las vidas de los demás.
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Chaoooo
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