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La semana pasada llovió casi todos los días, y no soy de las personas que les gusta dormir con lluvia, a mí me pone inquieta, me despierto muchas veces en la madrugada solo para darme cuenta de que dejó de llover, pero al rato, de nuevo vuelve a empezar.
Recuerdo los días que me tocaba levantarme a las cinco de la mañana para ir trabajar y estaba lloviendo. Solo el pensamiento de salir a tomar el bus lleno de gente y con los vidrios cerrados, era agobiante.
Y aunque aquí la gran mayoría nos bañamos en la mañana, todos los días, a veces el olor a mas de 50 personas encerradas, todas compartiendo el mismo aire, unos sentados, otros de pie, pero todos pegados unos con otros, no era de las cosas más divertidas para empezar el día.
Especialmente cuando se es mujer, hay que usar tacones, ropa de vestir, llevar un bolso, el bolsito del almuerzo, la sombrilla mojada y si ese día tocaba ir clases en la noche, también había que llevar otro bolso para los cuadernos.
Y aunque recordar ahora me produce gracia por esa etapa vivida, al final ese ratito incómodo en el bus no determinaba mi día.
A veces en los buses también pasaban cosas bonitas o muy graciosas. A veces se podía conocer a alguien y desear que la última parada no llegara, a veces se podía comer un buen pedazo de pollo, una pizza o una hamburguesa y disfrutar el camino chupándose los dedos y llenando el bus de un olor a comida que los otros pasajeros seguro detestaban.
En el bus a veces alguien se caía y, o nos preocupábamos o nos reíamos, a veces alguien se dormía profundamente y si no iba a la par mía, era muy divertido ver a esa persona cabecear de un lado para otro.
Pero ahora, al ver para atrás se puede aplicar esa frase de “éramos felices pero no lo sabíamos”.
Este tonto covid vino a cambiar la vida de casi todos y tal vez los que ahora viajan en bus son más felices porque el bus no va lleno, no hay gente de pie y ya nadie come pollo. Pero tal vez ahora hay que esperar más tiempo a que pase el segundo o hasta el tercer bus para poder subirse.
Ahora, aunque el teletrabajo para muchos era solo un sueño que parecía que nunca iba a llegar, este año se convirtió en la realidad de casi todos. Para demostrarle a los altos mandos, que se puede ser igual de eficiente pero de forma remota.
Sin embargo, para muchos el teletrabajo pasó de un sueño a un castigo que los tiene obstinados y encerrados en sus casas desde hace meses. La rutina de las mañanas cambió, ahora bañarse y desayunar es opcional, tomarse la hora entera del almuerzo para vacilar con los compañeros sin pensar en nada más, cambió por empezar a cocinar y atender a la familia. Y aunque en muchos, ese tiempo vino a reforzar los lazos familiares, estoy segura de que algunos ya quieren regresar a su rutina de antes.
Además, las salidas nocturnas después del trabajo, cambiaron por Netflix, el Play o en el mejor de los casos se desempolvaron los juegos de mesa, para intentar hacer algo diferente.
Este año la vida nos ha cambiado a todos y por más que se acabe este 2020, no sé hasta cuando podremos volver a la verdadera normalidad, aunque los viajes internacionales se hayan retomado, aunque algunos ya estén volviendo al trabajo, aunque el comercio siga pataleando para reactivarse y aunque la educación esté media paralizada, aun cuando muchos sigan diciendo que no.
Este año ha sido un año de locos, de sorpresas, de angustias, de momentos difíciles pero sobre todo de valorar todo lo que teníamos y lo libre que éramos.
Guardar cuarentena, restricciones para poder salir, para poder ir al supermercado, para sacar el carro, nos hemos llenado de medidas que nunca nos imaginamos y que solo veíamos en las películas de ciencia ficción.
Y aunque el virus, los enfermos, los contagiados y los muertos son reales, no puedo dejar de pensar que todo esto fue creado por otros seres humanos, que al final han hecho de esto un experimento social, una pandemia tejida entre los dedos de unos cuantos.
Una estrategia para traerse abajo a los que menos tienen, un sistema que complica y pone más trabas a los emprendedores que buscan su propia forma de generar trabajo, una herramienta para poner a prueba la dignidad de muchos, aprovechándose de su necesidad para ganar dinero honradamente y proveer a sus familias.
Con tanto desempleo encontrar trabajo con un salario justo no es fácil, los patronos están dispuestos a negociar siempre para abajo, porque saben que si alguien les dice que no, hay 50 personas más esperando a decir que si y aceptando las condiciones que sean.
Este 2020 está a punto de acabar, y para los que lo sobrevivimos, nos queda poquito tiempo para terminarlo, sin embargo, aunque en nuestro calendario cambiemos de año de un segundo a otro y casi todos sintamos que abrimos un libro en blanco para reescribir nuestra historia, no podemos permitir que lo vivido se nos olvide, que el dolor, la angustia, el miedo y las preocupaciones se desaparezcan con la fiesta y los tamales de navidad.
Convirtamos todo lo vivido, todo lo bueno y todo lo malo, en herramientas de vida para el futuro, convirtamos el dolor en consuelo, la angustia en paz, el miedo en valor y las preocupaciones en previsión.
Que no nos vuelvan a agarrar desprevenidos, que la vida no nos vuelva a revolcar y que la próxima vez, en la siguiente crisis mundial o personal, sepamos ser fuertes, ser valientes, perdamos el temor a lo desconocido, no desmayemos en el camino, pero lo más importante y lo único que nos va a mantener en pie será seguir confiando en Dios, que durante todo este tiempo ha demostrado estar con nosotros en todo momento, en todo lugar y lo seguirá haciendo hasta el último respiro de la humanidad.
Como lo dije en abril, cuando escribí por primera vez de los efectos del covid en mi vida sin imaginar todo lo que venía por delante, esta situación nos va a dejar más enseñanzas que muertos y aunque tengamos todo en contra, saldremos victoriosos, heridos si, pero más sabios y más humanos.
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Gracias por leerme y nos hablamos pronto.
Chaoooo
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