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Los pelos... y las mujeres


En 1998, cuando tenía 12 años sentí por primera vez la presión social de ser mujer.


Recién había entrado al colegio y el uniforme solo permitía falda, y ahí, por primera vez me sentí incomoda con mi cuerpo y de alguna forma culpable de ser así.


A la vista y opinión de mis compañeras yo era peluda, mis piernas tal vez no tenían tanto pelo, pero tenían. Y en el proceso de empezar a convertirme en mujer, los pelos eran un obstáculo.


Antes de ese momento nunca me había sentido mal o menos, por tener pelos en las piernas, no era algo que me encantara, pero tampoco era algo a lo que le dedicara mis pensamientos. Además, las mujeres de mi familia, mi mamá, mis tías y mis primas, que eran lo más cercano a un referente de una mujer real, todas tenían pelos en las piernas y no era raro.


Incluso en la escuela que también usaba enagua, nunca nadie me molestó o hizo algún comentario grosero sobre mis piernas. Sin embargo ¿qué había cambiado en mi cuerpo en los 3 meses de vacaciones desde que salí de la escuela y entré al colegio, que me hacía sentir ahora tan incómoda?


En mi cuerpo no había cambiado nada, lo que había cambiado era el entorno social en el que ahora me desarrollaba. Además de que estuve en un colegio de mujeres y como todas sabemos, las mujeres en lugar de apoyarnos nos acribillamos unas a otras.


Así que, después de haber pasado todo mi primer año del colegio sintiéndome peluda y juzgada, como primer acto oficial de rebeldía adolescente, en diciembre de 1998, en un paseo familiar a la playa, decidí rasurarme las piernas por primera vez.


Recuerdo muy bien ese momento, tenía mucho miedo por el regaño o castigo que me esperaba cuando saliera del baño, sentía mucho susto por lo que estaba a punto de hacer, pero al mismo tiempo una felicidad inmensa porque ya no sería juzgada y de alguna forma esperaba que ese pequeño momento de mi vida me hiciera sentir mejor conmigo misma.


Pero el tema de los pelos no acabó ahí, después de descubrir gracias a mis compañeras, que tenia las piernas peludas, también descubrí que mis cejas pobladas y los pelos de mis brazos representaban también otro peludo reto que superar.



Y a falta de recibir una dirección dada con amor y cariño, la guía que tenía a la mano era la voz de mis compañeras del colegio, y aunque todas éramos un montón de mocosas tontas intentando convertirnos en mujeres, con ellas, a través de los años, aprendí la mejor forma de rasurarme la parte trasera de las rodillas y los muslos, a sacarme las cejas, a maquillarme los ojos, a aplancharme el cabello y entre muchas otras cosas, a hacer la mezcla y seguir paso a paso todas las indicaciones para decolorarme los pelos de los brazos.


¡Si señor! Yo, que soy trigueña, ojos y cabello negro, terminé con los pelos de mis brazos rubios casi blancos.




Rasurarme las piernas no dolía, sacarme los pelos de las cejas de vez en cuando producía lágrimas o “enchilaba” pero teñirse los pelos de los brazos, era como echarle limón a una herida, porque realmente ardía.


Y así, poco a poco con el tiempo fui descubriendo nuevos pelos que quitar y nuevas técnicas para hacerlo, como el del bigote, los pelitos de los dedos, tener vigilado algún lunar y hasta el brasileño con cera.


En mi caso no batallé con los pelos de la línea del alba, con pelos en el mentón, ni en las areolas, sin embargo a través de los años vi como otras mujeres jóvenes como yo libraban una constante lucha contra los pelos que se asomaban en sus cuerpos.




Muchos de esos pelos son producto de un desorden hormonal, que como me dijo una vez un ginecólogo, es de lo más normal que nos suceda a las mujeres, sin embargo la presión ejercida por la sociedad y por nosotras mismas sobre no tener pelos en el cuerpo, es algo que se viene arrastrando desde la antigüedad.


Incluso se han encontrado datos históricos que indican que tanto hombres como mujeres eliminaban el vello de sus cuerpos desde la Edad de Piedra, pasando por el antiguo Egipto, Grecia, el Imperio Romano, entre otros.


Y es que eliminar los pelos de nuestro cuerpo se convirtió en un señal de higiene y belleza, sin embargo desde hace algunos años ha venido agarrando más fuerza una ola de mujeres que convierten la vergüenza en un signo de fortaleza personal dejándose los pelos crecer y siendo más naturales con sus propios cuerpos.



Porque aunque no tener pelos es uno de los muchos estándares de belleza que las mujeres debemos cumplir para sentirnos más femeninas, con o sin pelos, seguimos siendo mujeres.


Y es curioso como muchas se han sentido libres de dejarse el pelo de sus cuerpos crecer en este confinamiento, donde la presión social de unas piernas depiladas o un encuentro sexual ocasional, ya no existe. Porque al estar en la intimidad del hogar, han dejado de lado los estándares de belleza que nosotras mismas nos hemos autoimpuesto.


Por mi parte, a mis 34 años, donde he luchado conmigo misma para convertirme cada día en una mejor versión de la mujer que quiero ser, no me veo dejándome los pelos crecer al natural.


Sin embargo admiro a las mujeres que lo hacen y me encanta ver las fotos de las cuentas de Instagram que promueven este movimiento de “libertad” y feminismo. Mujeres que han aceptando sus cuerpos haciéndolos públicos como un acto de valentía, autoestima y de alguna forma rompiendo las cadenas de los cánones de belleza impuestos por la sociedad. Y así como he leído comentarios que dicen que rasurarse les da picazón, lo mismo nos sucede a las mujeres que nos rasuramos continuamente, si nos dejamos crecer el vello más de una semana.



Me hubiera encantado que este tipo de mensajes de libertad y fortaleza me hubieran acompañado en mi adolescencia, porque habrían sido herramientas y esperanzas a las cuales aferrarme en mi desarrollo hacia un cuerpo de mujer, sin que los comentarios groseros hicieran nido en mi autoestima.


Sin embargo esa no fue mi realidad, así que mientras cambiamos el mundo, cada una de nosotras deberá enfrentar su propia lucha interna de aceptación, porque ser mujer es de lo más lindo pero también de lo más difícil.


Rubias, morenas, peludas, lampiñas, tetonas, sin tetas, altas, bajas, gordas, flacas, con el pie pequeño, con el pie grande, con culo, sin culo, con caderas, sin mucha cadera, con celulitis, sin celulitis, con estrías o sin estrías.


Durante siglos hemos estado expuestas al ojo crítico de la sociedad y por consiguiente el nuestro propio, ya que nos convertimos en nuestro propio juez y verdugo, siendo crueles y exigentes con nosotras mismas. Pero las mujeres grandes y maduras ya no estamos en una competencia para ver cuál es la más bonita, eso se lo podemos dejar a las más niñas que aún les falta aprender y madurar.


Las demás, tenemos que seguir luchando por cambiar el mundo empezando por aceptarnos y amarnos a nosotras mismas, porque todas somos hermosas y cada una a su manera podrá elegir como quiere ser y como quiere verse.







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Gracias por leerme y nos hablamos pronto.


Chaoooo


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Créditos

Foto de los brazos con los vellos decolorados: https://bit.ly/2A3egnK

Cuentas de Instagram de las que se tomaron las fotografías: @monicagreatgal, @lola.vendetta, @malvestida y @giselledessavre


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