Tengo 34 años y por 10 años estuve saliendo y dejando de salir con hombres.
En algún momento de mi vida cuando empecé a tener citas, mi mamá me dijo que siempre que saliera con un hombre llevara mi propio dinero, porque podía suceder cualquier cosa y yo tendría con qué pagarme el taxi devuelta a casa.
Pero por otro lado, cuando salía de noche, me preguntaba ¿por qué mis amigos no pasaban a recogerme en sus carros?, a lo que respondía que – yo no les gustaba – entonces, pedirles que pasaran por mí para salir de fiesta o que me llevaran devuelta a mi casa antes de la media noche, era ponerlos en una situación comprometedora.
Y no sé, si mi mente me falla, pero no recuerdo haber escuchado nunca un consejo de cómo debían tratarme los hombres, o cómo debía yo de comportarme con ellos. Pero lo que si recuerdo son muchas conversaciones sobre sexo que me hacían sentir muy incómoda y las amenazas con lo que iba a suceder si quedaba embarazada.
Así que, supongo que mi referencia respecto a las citas eran la televisión y las películas.
Y aquí solo veía dos extremos, las películas de amor donde las historias duran hora y media y terminan felices para siempre o la otra versión un poco más real donde las mujeres sufren por amor, son maltratadas con palabras y actos groseros, son ignoradas por sus amores platónicos, o les gusta el chico malo, pero luchan por conquistarlo hasta que este cambie su comportamiento por ese amor que ellas le tienen.
Así que, armada con estas herramientas empecé a enfrentarme a mi vida amorosa.
Y en algún lugar de mi cabeza y sin darme cuenta, se empezó a gestar la idea de que no me gustaba que los hombres me conquistaran, me hacía sentir como si yo fuera un premio que ellos debían ganar. Caso contrario, me gustaba a mí ir a la conquista, porque me hacía sentir fuerte y de alguna forma que ellos eran la presa y no yo.
Pero esto hizo que, así como cazan las leonas, muchas veces me quedara con hambre y herida.
Y en esos 10 años, hubo de todo, pero lo que nunca hubo fue caballerosidad. Un gesto amable y desinteresado, que se convirtiera en una forma elegante de seducción, que lograra tener en mí un efecto positivo y no uno que me hiciera sentir incomoda o comprometida a dar algo más.
Y es que las mujeres libramos una batalla interna en nuestras mentes entre ser doncellas en peligro o guerreras vikingas.
Dos extremos totalmente opuestos, pero es que ¿a quién le han dicho que puede ser ambas?
Todas tenemos una lucha de poder interna que no sabemos como manejar, no queremos parecer débiles, pero hay momentos en los que no somos tan fuertes y queremos sentirnos cuidadas, protegidas y amadas.
¿O es que acaso ninguna ha sentido lo reconfortante que es cuando el hombre que te gusta te toma de la mano en medio de la multitud y te saca de ese lugar incomodo y lleno de gente, o de alguna forma te pone delante de él para cubrirte con su cuerpo y protegerte con sus brazos?
Las mujeres hemos confundido ser fuertes con dejarnos amar. Queremos ser tan independientes que hemos olvidado lo bonito que se siente tener un hombre que quiere demostrar su amor cuidándonos.
Hemos luchado tanto por nuestra independencia e igualdad que hemos olvidado lo que significa la caballerosidad como valor. Pero principalmente hemos olvidado que merecemos que nos traten bien.
Que nos abran la puerta del carro, que nos corran la silla antes de sentarnos a la mesa, que nos ayuden con las bolsas cuando compramos muchas cosas, que nos dejen pasar primero como acto de respeto, que nos vayan a recoger o a dejar cuando salimos con amigas, que nos esperen despiertos si llegamos tarde, que nos envíen un mensaje para saber que llegamos bien a nuestro destino, que nos cedan el último bocado de comida, que caminen por el lado de afuera de la acera, que nos ayuden a ponernos el suéter o nos den el suyo si tenemos frío, que nos tapen bajo la lluvia aunque ellos se mojen un poco.
Y no es que no podamos hacer ninguna de estas cosas, o que las necesitemos realmente, pero es que generacionalmente hemos olvidado tanto lo bonito que es sentirnos “chineadas”, que pocas hemos tenido la oportunidad de disfrutar la galantería y sinceridad de que nos demuestren un interés romántico real, y lo hemos confundido con malas intenciones o machismo.
Yo, que empecé a salir con hombres entre los 17 y 18 años, comprendí que merecía que me trataran bien, bonito, con respeto, con cariño y con cuidado hasta que tuve 29.
Fueron 10 años de mi vida en los que por intentar ser fuerte terminé poco valorada y no por los hombres, sino por mí misma.
Diez años en los que mi cerebro no procesaba la información correctamente y aunque una relación de pareja basada en el amor, el respeto y el cariño parecía una cosa muy lejana, nunca me di la oportunidad a mi misma, de buscar esos valores en una pareja.
Y es por eso que pienso que a las mujeres nos falta caballerosidad, porque en nuestro afán de ser iguales hemos olvidado que aunque seamos fuertes y valientes siempre habrá un momento en el que queramos ser solo mujeres consentidas, mujeres con ganas de un abrazo, mujeres con ganas de ser besadas en el alma, mujeres con ganas de refugiarnos en unos brazos protectores.
No necesitás que te paguen la cuenta, ni que te abran la puerta del carro, pero si necesitás sentirte amada y a veces somos nosotras mismas quienes por no sentirnos “inútiles” o “menos” no nos dejamos consentir y disfrutar de los chineos que nuestra pareja quiere darnos, porque probablemente dentro de muchas otras cosas, esos actos son su forma de demostrarnos su cariño hacia nosotras.
Así que te invito a hacer una introspección y reflexionar sobre lo que buscás en una relación de pareja, pero más importante aún, cómo te querés sentir en esa relación.
Y si estás pensando que los caballeros en la calle no sobran, es verdad.
Lamentablemente los hombres hoy día no son tan amables ni gentiles como lo desearíamos muchas, sin embargo si alguna vez te llega un hombre que te abre la puerta del carro o te da la mano para que no te caigás bajando del bus, no le digás que vos podés sola, porque él lo sabe, pero lo que quiere es agradarte.
Y aceptar esa pequeña, pero gran muestra de interés no te hará menos mujer.
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Chaoooo
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